Mi lugar.

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-Toma.

Así, sin más. Haciendo de tripas corazón.
Le entregó sus llaves sintiendo literalmente que entregaba un pedazo gigantezco de ella. Un brazo, quizá una pierna. A lo mejor no debería ser así, no debería sentirse tan invadida, pero... ella nunca cedía espacios, nunca lo había hecho. Para qué molestarse en ceder siquiera un centímetro que alguien colonizaría sin ningún tipo de reparo y luego, ante cualquier cosa, se llevaría sin ninguna culpa?

La mano le tembló cuando las soltó sobre su palma.

Pero entonces, cuando ya estaba a punto de quitárselas en un impulso y salir corriendo lo más lejos posible, lo miró. Y Sebastián estaba allí frente a ella observándola divertido, sonriéndole hasta con los ojos. Y entonces todo el miedo y el pánico y el ultraje se desvanecieron. Él le extendió los brazos, invitándola a su espacio y ella dio un paso hacia él, dejándose abrazar. Y fue en ese momento en el que sintió como de repente todas sus fronteras y todas sus barreras construidas tan cuidadosamente durante tanto tiempo se desaparecían, se fusionaban con líneas nuevas, brillantes, que la envolvían con gusto.

Sebastián le abría su país personal sin ninguna objeción y le entregaba todo. Le daba a manos llenas todo su espacio y hasta toda su persona. Y entonces ella ya no pudo tener más miedo, porque esta vez los dos pisaban por primera vez un territorio nuevo, un país libre, un estado que ambos acababan de fundar. Después de todo ese tiempo y después de toda la búsqueda, ya no pudo tener más miedo u objeciones, porque por fin entendía que había logrado encontrar su lugar, su lugar compartido.