Camila y Santiago.

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-Camila!
"¿Santiago?" Pensó, girando la cabeza hacia la persona que había dicho su nombre. No, no... cómo podía encontrarse justamente ahora con alguien si había vomitado hace dos segundos, por dios!

-Camila, tanto tiempo!
Santiago practicamente se abalanzó sobre ella y la agarró por la cintura, abrazándola tan fuerte que de nuevo le costó respirar. La levantó del suelo con el impulso y luego la dejó en el piso, riendo con alegría.

-Santiago...

Intentó sonreír, pero el esfuerzo fue muy grande y patético. De su boca salió una mueca sólo demasiado triste y Santiago se dio cuenta. Primero sólo del tono de voz y luego de la palidez de su cara y el temblor de sus manos.

-Santiago, yo...
Sabía que era estúpido hacerlo incluso antes de hacerlo, pero la necesidad de correr era demasiado fuerte. Simplemente giró en redondo y se alejó corriendo de aquel lugar lo más rápido posible, sabiendo que contaba sólo con la sorpresa de él antes de que corriera tras ella para alcanzarla. Las piernas le gritaban dolor del esfuerzo pero no se detuvo ni siquiera al llegar a la esquina. Se abalanzó hacia la calle sin pensar en nada.
Pero entonces vio un par de luces casi sobre ella y lo siguiente fue un familiar par de brazos empujándola hacia atrás.

-ESTÄS LOCA O QUÉ!!!!

Ella perdió el poco color que le quedaba y el temblor ligero de sus manos se convirtió en algo generalizado. Parecía un mal chiste casi morir justo ahora ante la inminencia de unos meses más. Pero teniendo en cuenta que la vida se le iba en cada segundo y que ella no estaba por la labor de entregarla tan dócil, haberse expuesto tan estúpidamente había resultado simplemente intolerable.

Santiago aún la tenía abrazada, sin entender nada lo que ocurría cuando ella gimió y se puso a llorar. En silencio, sólo dejando correr las lágrimas sin detenerlas ni intentar hacerlas parar. Estaba rendida y demasiado cansada para ello.

-Me voy a morir.
-No te vas a morir, tonta. Aunque si sigues cruzando las calles de esa manera seguramente si-repuso Santiago, entre enfadado y asustado también.
Camila sólo asintió.
-Gracias por salvarme.
Santiago sonrió.
-Es lo que hago cada vez que me reencuentro con un amigo que no veo hace siglos, tú sabes-dijo él con expresión de suficiencia.
Entonces ella lo miró y sonrió.Esta vez de verdad.

Camila

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Hacía tiempo no se paraba en ese lugar... El río Mapocho ya no olía mal como antes y ahora habían más edificios con ventanas iluminando el paisaje. La noche seguía siendo encantadora en Santiago.
Realmente encantadora.

Camila se aferró a la rejita que bordeaba el río aún no navegable y la apretó muy fuerte. El fierro estaba frío y ella no era capaz de transmitirle ni un poco de calor porque también ella estaba helada. Estaba entumida. Los dientes le castañeteaban. Y los ojos estaban a punto de lagrimearle porque era incapaz de cerrarlos y el viento se los irritaba. Así que esto era. Esto había sido todo el tiempo.

¿Dónde estaba el alivio? No había ni un poco. Ningún peso quitándosele de encima, sólo pánico anclándola a aquel lugar por todas partes. El viento leve se le arremolinaba y seguía y los autos pasaban cada vez más rápido, las luces más brillantes. No había nada más que ruido. No había ni silencio, ni música, sólo ruido interrumpiéndole todo.

Miedo. Sólo sentía oleadas de miedo inundándole. Miedo y pánico. Porque no terminaría nada jamás. Ahora no lograría tener nada jamás. Nada suyo, ni siquiera una idea original sacada de algún lugar. Ni siquiera una historia de amor que valiese la pena contar, absolutamente nada. "Nada", pensó mientras sentía como comenzaba a respirar con dificultad.
"Nada".

Entonces el miedo le subió por la garganta y de un momento a otro se vio impulsada hacia delante. Vomitó el almuerzo de ese día y ante el espasmo sintió como le temblaban los brazos y las piernas. Jadeaba, no podía respirar muy bien y aquello la asustó aún más.

Después de todo ese tiempo deseando que ocurriera, el conocimiento real de que iba a morirse llegó demasiado pronto y demasiado repentino. Demasiado real. Y junto, terriblemente, por primera vez en cada terminación nerviosa, en cada músculo, cada centímetro de piel de todo su malgastado organismo... por primera vez con el único, intenso, gigantesco y abrumantemente injusto deseo de vivir.