Amigas.

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Estaban las cinco sentadas alrededor de aquella mesa redonda en ese café de Lastarria. Lo Tomaban todas con azúcar, excepto Camila, que lo prefería amargo.
En algún momento María comenzó a hablar sobre su nuevo novio Martín y entonces comenzó la deglución lenta y tediosa de todos los momentos y detalles que la habían llevado a conocerlo. Camila escuchó casi toda la historia, mientras Francisca, Laura y Magdalena fingían sistemáticamente caras de interés y tomaban pequeños sorbos de esas pequeñas tazas que habían costado un dineral.
Pasaron diez minutos con la descripción del primer beso y entonces no pudo aguantar más.
-Tengo Sida.
Lo escupió, así, sin más. Casi disfrutó ver la progresión de la deformación en la cara de sus amigas. Si hubiese dicho cáncer podría haber visto la lástima y la pena en sus caras, pero era Sida. y en el fondo de los ojos de todas ellas podía leer la misma sentencia moralista y escandalizada.
"Por puta le pasó".
Llevaba años aguantándolas, pero a pesar de todo las quería, qué le iba a hacer. Por eso sintió como por fin caía la culpa sobre su espalda cuando abrió de nuevo la boca y, mirándolas a todas a los ojos, les dijo:
-Y todas ustedes lo tienen también.

Tiempo.

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Salieron siete veces antes de que se atreviera a tomarle la mano. Pasaron dos semanas más para que le diera un beso. Tres meses después hicieron el amor en el piso de su casa y dos días más tarde le dijo por primera vez "te amo".
Exactamente cuatro años y tres días después de eso, le dijo que dos noches atrás había llevado a otra a ese mismo piso, que ya no la amaba y que lo que había entre ellos se acababa de terminar.

Francisca

Se levantó todavía mareada.
Buscó a tientas su ropa, desparramada por todo el lugar y se la puso lo más rápido que pudo. Abrió la puerta sintiendo nauseas y antes de cerrar echó una última mirada hacia atrás. Laura todavía dormía y la pieza todavía olía a alcohol, a Chanel, a Marlboros y a...

La ventana.

La noche anterior había llovido y las montañas estaban repletas de nieve.
Agarró la taza de café con ambas manos y sopló un poco la orilla para poder tomar un sorbo. Sabía que algo pasaba porque los hombros se le caían un poco hacia delante, o porque los pulmones no acababan de llenársele de aire antes de poder botarlo.
Bebió otro trago.
Todos los días se tomaba ese mismo café frente a esa misma ventana, mirando aquel paisaje, a la misma exacta hora, con el sol alumbrando recién apenas mientras todo tenía ese color tan de la mañana. Ayer había llovido y hoy el vidrio estaba tan lleno de gotas que no dejaban ver a través de él, sólo lograba ver su imagen de pie, aferrándose a ese mismo café, frente a esa misma ventana, frente a ese paisaje a la hora exacta de todos los días,
reflejándose.