futuros alternativos.

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Se despertó a las siete, se levantó a las siete veinte, llegó al baño a las siete cuarenta y logró salir de la ducha a las ocho.
Bajó las escaleras. Escribió en un papel "Paga la U" y lo dejó en el velador de su mamá, que aún dormía. Intentó no hacer ruido al cerrarle la puerta.

Agarró una manzana, ni se molestó en lavarla antes de salir. Cerró la puerta de su casa y se puso los audífonos. 20 minutos caminando, el tren, la gente invadiendo todos sus espacios personales. Los malditos estúpidos del metro o del gobierno que lo permitían.
Por un momento sintió ganas de llorar.
Pero se aguantó.

Casi se durmió en un momento, pero no lo logró porque se le doblaron las rodillas. Intentó concentrarse en la música, pero no fue suficiente. Después de una hora y media, llegó a Estación Central.

Antes de bajarse, miró las caras de la gente acercándose a las puertas. Casi le dolió la guata al hacerlo. O el corazón. O algo entremedio.

Subió por la escalera mecánica y se detuvo ante el frontis mordiéndose la lengua.

Nueve meses. Ni un cartel. La misma gente que había visto peleando ahora caminaban todos con las cabezas caídas. La misma gente quizá no, la mitad de ellos.

Nos habían quitado todo. La esperanza, las becas, el año, la democracia e incluso a algunos de nosotros.

De repente alguien gritó, cerca mío.
Un grito de esos que no se te olvidan nunca.
Una mujer que gritaba no, que no. Que no cruzaría las puertas, que no le importaba, que podía perder un segundo año o un tercero. O la vida.
Hubo otro grito y después otro. Y luego otros más.


Después oí los disparos.
Creo que los mataron a todos.




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