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Su papá era minero, le había costado sacrificio y muchísimos años llegar a donde estaba, en una casa agradable con sillones bonitos donde sentarse. Él creía que la gente debía esforzarse hasta la muerte por conseguir lo que quería. Cuestiones de crianza. Eso era todo lo que sabía y podía decir de él.
Nunca se habían llevado particularmente bien. Era hosco, parco, hostil y malhablado cuando se dignaba a abrir la boca. La mayoría del tiempo no decía ni una palabra y con el tiempo se había acostumbrado, aunque de vez en cuando no podía evitar sentirse triste al mirarlo y le venían ganas de llorar que sólo se le pasaban comiendo bombones de chocolate.
Esa navidad él llegó temprano. No le había alcanzado a comprar un regalo y no sabía que iba a hacer. Sus hermanos ya tenían todo listo, su mamá también. El problema era que desde hace un tiempo se le había ido juntando cierto rencor hacia él. No le gustaba sentirse así, pero no podía hacer algo contra ello, era como si fuese un órgano parte de ella y hubiese ido creciendo a la par. Uno nunca nota los órganos que le crecen hasta que son demasiado grandes y producen enfermedades.
Intentando reducir un poco el rencor, había decidido simplemente hacer notar la falta de regalo. Quizá eso le hiciera bien a ella.
Cuando llegó la hora de repartir regalos todos recibieron algo, menos su papá de parte suyo. Nadie dijo nada, menos aún él. Pero cuando no quedó nada bajo el árbol sintió como la quedaba mirando, para luego pararse e irse al baño.
Nos quedamos todos muy quietos cuando lo escuchamos llorar a través de la pared.
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