Todas las cosas que tengo parecían ser una forma de definición en cierto momento, pero con el tiempo, como todas las cosas, se fueron volviendo trampas y formas de encierro y definiciones que habían dejado de ser verdad hacía rato. Partiendo por ciertos libros, hasta los pósters de pinturas en las paredes. Las frasecitas escritas con plumón en las puertas del clóset. El poemita de Bukowski. Todo sobrecargado, muy rococó y brillante, muy distractor.
Muchas veces suelo hablar de más, no puedo evitar dar mi opinión sobre todo, de tener una verdad que reconocer y mentiras que revelar, de ver los doblestándares y desenmascararlos sin asco y con el placer de ver una cara descompuesta, a riesgo de caer mal por que a nadie le gusta un sabelotodo, menos aún un sabelotodo moral o ético o que no te sigue el juego y te hace ver que estás hablando mierda, aunque tú lo sepas, él lo sepa, ellos lo sepan, nosotros lo sepamos. Lo agotador en esto es que la mayoría del tiempo necesito silencio, mi persona interior está aburrida de la verborrea constante. No sé controlarme.
Y entonces a veces siento que me estoy ahogando y aunque puede ser por la rinitis y la falta constante de aire respirado con normalidad por la nariz y la boca seca y los labios secos por lo mismo, creo que es por la forma constante que tengo de crearme inconformidades. Me aburro con frecuencia porque la gente me decepciona todo el tiempo, porque nadie puede abrirme los ojos y al hacerlo uno mismo se va agotando con el tiempo las ganas y la capacidad. El problema de todo esto es que de un tiempo a esta parte con todas estas falencias empiezo a aburrir yo a los demás. Y de ahí no hay vuelta atrás.
Pudo escribir tanta mierda sin llegar a un punto concreto.
A lo que quería llegar es que no sé que vamos a hacer tú y yo para ser felices.
Probablemente ser felices por separado.