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Corrió hacia las puertas pero cuando estaba a punto de entrar, se cerraron en su cara.
Típico.
Enrabiada, fue hacia los asientos para descansar un poco sus pies de los tacos que la estaban matando pero cuando estaba llegando, una señora tomó el único que quedaba libre. La miró con ese odio que sólo se puede llegar a tener en el Metro, donde usualmente perdía toda su fe en el ser humano, pero la mujer ni se inmutó.
Suspiró, cansada y se apoyó en la pared del andén.
Pasó la línea verde.
Cinco minutos más.
Llegó la linea roja.
Se arrastró hacia el último vagón en un desesperado intento de poder aguantar el viaje sin comenzar a maldecir a medio mundo o peor, ponerse a llorar como las histéricas, lo que era tan probable a esa hora.
Mientras el tren se acercaba, divisó un asiento libre y los ojos le brillaron de pura esperanza. Pero entonces se abrieron las puertas del metro y vio a Miguel abrazando a la mujer que iba a su lado y no pudo moverse. Se quedó allí, congelada, mientras las señoras pasaban a su lado y la insultaban por estar allí quieta y la golpeaban con sus bolsas y las puertas se cerraban, mientras Miguel, al frente de ella la miraba sorprendido, siendo arrastrado por la mujer a su lado hacia el único asiento libre que quedaba del último vagón.
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