Cervezas.


Era sábado.
Estaba ebria. Mis rodillas no pronunciaban bien las palabras y deseaba que todo parara, que parara la música , las náuseas, su cara avergonzada al sujetarla para que no se cayera, su cara avergonzada al verla bailar inconexamente entre toda la gente en la pista de baile. Pero todo aceleraba y la música no se detenía, ni las calles, ni él gritándole patética, levántate, o ella balbuceando algún reproche o algún perdón trabado en el alcohol. No se detenía nada, porque la ciudad jamás se detiene y nunca habíamos sido tan parte de ella.

La ventana.






Hay un monstruo fuera de la ventana.
Y yo sé que un día la va a abrir.
Y yo sé que ese día me va a matar.

Pijamas.


Mi abuela no tiene mucho dinero, pero siempre ahorra algunas monedas para comprarse pijamas rosados de satén como los que le compraba mi abuelo antes de preferir el vino, antes de morirse oliendo aún a cabernet sauvignon [el que viene en caja].

Metro



Cuando Andrea toma el metro siempre mira a los demás.
Andrea es de esas personas que cree que el amor de su vida está ahí, entre toda esa gente.

Corazón.








El corazón se cansa a menudo
de todo lo que palpita.
Y mi corazón -agotado-
se me revienta en las costillas.