Nueve meses y Tres Días

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-Pero que es lo que te pasa!-exclamó Matías, ya enojado. Había pasado todo el día intentando sonsacarle porqué tenía ese humor de mierda y había intentado ser paciente, pero todo tenía su límite.
Sofía lo miró intentando disimular el rencor que sentía. Cómo no se daba cuenta! La ceguera no tenía límites con él, claramente.

-Te quiero-musitó, cansada.

-Yo también te quiero, pero Sofía...

Sofía soltó una sonrisa no sabía si más triste que sardónica. Movió la cabeza de un lado a otro con incredulidad y se levanto del sillón para ir a recoger sus cosas, dejando a Matías desconcertado.

-Pero vamos..! Qué hice ahora!

Se levantó de un salto y fue hacia ella. La tomó del codo para obligarla a volverse.

-Vamos, me vas a decir ahora mismo que mierda es lo que te pasa!
Sofía se soltó de su mano de un tirón.

-Yo no quiero ser querida, Matias! Ya basta! Llevamos dos años y medio, tengo 33 años! Quererme no es suficiente, yo quiero a mis amigos, a mi tía, a mi abuelo, a todo el mundo quiero! El tiempo se me pasa y estoy cansada, no quiero perderlo, no...

Botó aire. Lo quedó mirando unos segundos, esperando con las últimas esperanzas que tuviiera algo que decirle, pero Matias simplemente se le quedó mirando como si no entendiera. Ya había tenido suficiente.
Se dio vuelta nuevamente y tomó su cartera. Casi corrió la distancia que la separaba de la puerta y no miró ni una sola vez antes de cerrarla tras ella de un solo y limpio portazo.

Mientras caminaba por el pasillo y bajaba las escaleras del edificio no dejó ni por un segundo de esperar vanamente que Matias se apareciera de repente y le dijera que la perdonara, que la amaba, que etcétera. Pero él no apareció.

En los días siguientes no dejó su apartamento ni un sólo segundo, pegada al teléfono, esperando a sabiendas que él no llamaría. Quería darse de cabezasos en la pared por ser tan tonta y por la rabia que tenía repartida en todo el cuerpo. Todo le dolía.

Cuando eventualmente dejó su departamento para ir a trabajar llegaba todos los días compulsivamente a revisar la contestadora, pero a parte de algún mensaje de alguna amiga o de su mamá, no había nada más.

Pasaron cinco meses antes de que pudiera ver de nuevo Nothing Hill sin llorar cuando Julia le decía a Hugh Grant "soy sólo una chica delante de un chico pidiéndole que la ame" y otro más antes de que pudiera escuchar alguna canción de Frank Sinatra. Un día un tipo la invitó a salir y fueron al restaurante donde iban siempre, pero pudo comer y conversar sin ningún tipo de problemas.

Un día, mientras corría por el Parque Balmaceda lo vio caminando solo por Av. Providencia, pero ni sus piernas le fallaron ni el corazón le latió más deprisa o más lento de lo normal.

Habían pasado nueve meses y tres días cuando, mientras gritaba las respuestas a la televisión al ver Quien Quiere Ser Millonario, alguien tocó a su puerta.

Se levantó molesta de que alguien la interrumpiera a esa hora y abrió sin mirar por el visor de la puerta. Llevaba un pijama horrible y el pelo amarrado. La pintura de los ojos seguramente se le habría corrido a esa hora del día. Y en dintel estaba Matias, resoplando como si le faltara el aire, con las manos en las rodillas.

-Ma... Matias?
-Lo he pillado...-respondió él, sin aire-. Lo he entendido Sofi!
Sofía lo miró como si se hubiese vuelto loco.
-El qué?

Matias la miró y se acercó a ella, pero Sofía retrocedió un paso.

-Mira Mati, estoy bien. Han pasado no sé cuantos meses (dijo eso sólo para mostrarle un poco indiferencia, sabía bien que habían pasado nueve meses y tres días) y yo ya te he...

-Sofía, te amo.

Sofía lo miró y sintió que algo se le partía en alguna parte. Le vinieron unas ganas terribles de llorar, pero se las aguantó.

-Pues lo siento, Mati. Yo sólo te quiero.

Entonces cerró la puerta. Fue al sillón, se sentó y subió el volumen de la tele.