Don Manuel.

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Ayer en Tobalaba se sentó en la única silla disponible del vagón. Tenía el pelo castaño, de ese castaño que tiene la gente cuando el pelo está de camino a volverse blanco. Tenía unas entradas bien grandes, cinco años más y seguramente sería de esos señores calvos que andan por ahí. Su cabeza tenía fomra como de triángulo invertido, su boca era muy pequeña y los párpados se le caían un poco sobre los ojos, resumiendo los años de sueño y de transporte a las seis treinta de la mañana. Aún así no dormitaba, iba bien despierto.

Don Manuel iba mirando al frente, a una pareja. Ellos iban conversando muy de cerca, ella le decía cosas a él y él la miraba, simplemente. Yo también me di cuenta de que él estaba enamorado de ella, por la forma en que la miraba y por la manera en que se le crispaban un poco las manos cada vez que ella sonreía, entrecerrando un poco los ojos y haciéndosele unas margaritas en ambas mejillas., como si quisiera alzarlas para tocarla, abrazarla o acercarla a él.

Don Manuel los miraba y sonreía un poco, como con nostalgia. Quizá se estuviera acordando de Agustina, que se reía como la niña de al frente, hace ya muchos años. Se reía con las mismas margaritas y entrecerrando los ojos de la misma forma. Y él también se moría por tocarla, acercarla a él, abrazarla, mientras escuchaba esa manera tan bonita que tenía de hablar, como de todo y nada a la vez. En ese tiempo los dos se iban sentados en esa micro que llegaba hasta la Alameda con Mc-Iver. Agustina se bajaba en Salvador con Providencia y él se quedaba mirándola por la ventana hasta que desaparecía.
Un día Agustina no llegó ya más al paradero y aunque la esperó muchas veces, simplemente no apareció. Probó otras paradas, otras micros, pero nada. Entonces comenzó a tomar el metro para no buscarla tanto por las ventanas, aunque de vez en cuando, mientras caminaba por alguna estación o en los carros especialmente llenos de las mañanas, miraba alrededor con esperanza, hasta que un día ya no lo hizo más.
Cuando la pareja se bajó del vagón en Baquedano vi como Don Manuel bajaba la cabeza y suspiraba un poco. Entonces se levantó y fue hacia la puerta. Antes de bajarse, en Santa Lucía, miró hacia ambos lados del vagón y, al abrir las puertas, a ambos lados del andén.
Se quedó unos segundos de pie, quieto.
Y luego se dirigió a la salida.