La ventana.

La noche anterior había llovido y las montañas estaban repletas de nieve.
Agarró la taza de café con ambas manos y sopló un poco la orilla para poder tomar un sorbo. Sabía que algo pasaba porque los hombros se le caían un poco hacia delante, o porque los pulmones no acababan de llenársele de aire antes de poder botarlo.
Bebió otro trago.
Todos los días se tomaba ese mismo café frente a esa misma ventana, mirando aquel paisaje, a la misma exacta hora, con el sol alumbrando recién apenas mientras todo tenía ese color tan de la mañana. Ayer había llovido y hoy el vidrio estaba tan lleno de gotas que no dejaban ver a través de él, sólo lograba ver su imagen de pie, aferrándose a ese mismo café, frente a esa misma ventana, frente a ese paisaje a la hora exacta de todos los días,
reflejándose.

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