Camila

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Hacía tiempo no se paraba en ese lugar... El río Mapocho ya no olía mal como antes y ahora habían más edificios con ventanas iluminando el paisaje. La noche seguía siendo encantadora en Santiago.
Realmente encantadora.

Camila se aferró a la rejita que bordeaba el río aún no navegable y la apretó muy fuerte. El fierro estaba frío y ella no era capaz de transmitirle ni un poco de calor porque también ella estaba helada. Estaba entumida. Los dientes le castañeteaban. Y los ojos estaban a punto de lagrimearle porque era incapaz de cerrarlos y el viento se los irritaba. Así que esto era. Esto había sido todo el tiempo.

¿Dónde estaba el alivio? No había ni un poco. Ningún peso quitándosele de encima, sólo pánico anclándola a aquel lugar por todas partes. El viento leve se le arremolinaba y seguía y los autos pasaban cada vez más rápido, las luces más brillantes. No había nada más que ruido. No había ni silencio, ni música, sólo ruido interrumpiéndole todo.

Miedo. Sólo sentía oleadas de miedo inundándole. Miedo y pánico. Porque no terminaría nada jamás. Ahora no lograría tener nada jamás. Nada suyo, ni siquiera una idea original sacada de algún lugar. Ni siquiera una historia de amor que valiese la pena contar, absolutamente nada. "Nada", pensó mientras sentía como comenzaba a respirar con dificultad.
"Nada".

Entonces el miedo le subió por la garganta y de un momento a otro se vio impulsada hacia delante. Vomitó el almuerzo de ese día y ante el espasmo sintió como le temblaban los brazos y las piernas. Jadeaba, no podía respirar muy bien y aquello la asustó aún más.

Después de todo ese tiempo deseando que ocurriera, el conocimiento real de que iba a morirse llegó demasiado pronto y demasiado repentino. Demasiado real. Y junto, terriblemente, por primera vez en cada terminación nerviosa, en cada músculo, cada centímetro de piel de todo su malgastado organismo... por primera vez con el único, intenso, gigantesco y abrumantemente injusto deseo de vivir.

1 comentario:

  1. dicen que es solo un reflejo, que ni siquiera los que mueren a sus manos pueden evitar, que pasa en el exacto momento de morir, la resistencia del cuerpo.

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