Entonces Magdalena se dio cuenta de que se negaba por primera vez. Se negaba a querer, se negaba a amar, a empeñar la mirada minutos interminables en momentos inadecuados, a esperar respuestas afirmativas, a anhelar abrazos, besos, a entregar su anatomía completa, repleta, al cualquiera siempre renuente que pasaba. Se negaba porque ya bastaba. Se negaba porque era suficiente de piernas fallidas por la pena, era suficiente de rostros deformados de celos terribles, de tanto sentimiento inservible, agotador. Ya era suficiente, ya no quería más.
Magdalena, por primera vez, quería sólo vivir de a poquito, de apenas. No quería la vida completa, quería lo suficiente. Magdalena renunciaba al sufrimiento. Y Magdalena también, completamente consciente de ello, renunciaba también así a su felicidad.
Magdalena y el Otoño
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario