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Estaba al tanto de que cada día me convertía un poco más en lo que no quería ser, pero no podía hacer nada para evitarlo. Intenté hacer yoga, cocinar más, comer más vegetales, andar en bicicleta, pero no sirvió de nada. Intenté fumar menos, fumar más, pintarme más las uñas, ver más películas, ir a exposiciones de arte y comprar más ropa pero todo fue en vano. Iba en el camino irremediable a volverme simplemente una persona amarga.
La gente empezó a alejarse de mi, mi perro ya no me pedía tanto cariño como antes y mis plantas se marchitaron. Todas las noches antes de acostarme empecé a rezar, pero incluso Dios decidió que mi alma era ya insalvable y no apareció ni me dio ninguna señal que seguir. Supongo que todo el mundo necesita ovejas descarriadas y ya era mi destino, o algo por el estilo.
Me tejí una bufanda, usé chalecos más amables, compré margaritas todos los fines de semana y en un intento desesperado empecé a leer a Coelho hasta que ya me rendí definitivamente.
Entonces ayer iba caminando y mirando feo a los que pasaban, maldiciendo a los niños en voz baja y pegándole con el codo a la gente que se acercaba mucho hasta que me topé contigo. Me invitaste un café y me arrastraste antes que pudiese decir que no, lo que claramente iba a hacer. Como hace tiempo no hablaba no dije nada hasta que me sentaste en una mesita de mierda y pediste dos café con leche, lo que odio, porque soy intolerante a la lactosa. Empezaste a mirarme mientra yo sorbía de a poquito y me iba hinchando igualmente y te reíste de mi ceño y mi cara de odio. Me dijiste que habías vuelto hacía poco y que te venías acordando de mi hace meses, que ultimamente te estabas poniendo cada vez más pesado, que estabas harto de intentar sentirte más como la gente y entonces había aparecido yo en la calle allí mismo frente a él.
Me dijiste que habían ocurrido 32 eventos desafortunados y malignos que te habían llevado a estar en ese momento en ese lugar y entonces yo te dije que para mí habían sido 24. Me contaste que incluso habías intentado leer a Coelho y yo te respondí que yo igual y nos dimos cuenta de que habíamos comprado el libro en la misma librería, el mismo día, pero en distintos horarios.
Comentamos sobre los hábitos fumativos, sobre el yoga, el tejido, la compra de flores y los intentos culinarios en vano que habíamos realizado en los últimos meses y entonces nos empezamos a reír, primero de a poco y de repente ya a carcajadas.
Me dijo que había dejado de creer en Dios hacía un tiempo pero que ahora no parecía tan descabellado el asunto.
Yo no le dije nada, pero le tomé la mano y le sonreí.
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lo de coehlo me hizo reír. pensé que esa tenía que ser la verdadera desesperación.
ResponderEliminarSaludos!
Vaya que me haces reír!
ResponderEliminar:)