Éramos 17 millones de persona arriba de la 413 camino a plaza Italia, caminando por la alameda, cantando a gritos el himno nacional. Algunos iban saltando, algunos llorando, otros riendo y muchos haciendo ambas cosas a la vez, pero todos con la misma felicidad derretida por todo el pecho.
Por primera y por única vez, creo, fuimos iguales en algo. Iguales en felicidad, en orgullo extraño, de ese que siempre nos es tan ajeno pero que es tan cálido.
Recuerdo que estuvimos allí hasta la madrugada.
Recuerdo que salimos terceros, pero igual sabía a campeón del mundo.
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