Madre.



El humo que botó de la boca empañó el vidrio un segundo.
Eran las 12 de la noche con cuarenta y siete minutos, según el reloj de la cocina.
Martina lloraba sin parar en la pieza contigua.
Martina tenía ocho meses y no paraba de llorar en la pieza contigua.


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