Te recuerdo, Amanda.

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Compraste una cajetilla y me diste tres puchos. "Para el fin de semana", me dijiste.
Caminamos compartiendo uno de los tuyos mientras el vaho se confundía con el humo. A las dos nos gustaba eso, mas que mal, era sólo por él que habíamos empezado a fumar. Antes jurábamos que nos hacía ver misteriosas, luego sólo nos gustaba verlo girar en el aire.

-Extraño los lucky click.
-Los pall mall no están tan mal-le respondí- los negros salvan.
Asentiste, medio de acuerdo.

Pasamos al lado del negocio de la señora adicta a los juegos de máquinas y nos detuvimos un rato al lado de la casa que siempre olía a popurrí. Siempre nos había gustado ese olor dulce. El olor parecía aún más intenso en el frío, así que nos quedamos más rato de lo normal.

Ibamos caminando tranquilas hasta que escuchamos una voz a nuestra espalda. No entendí muy bien que decía, pero si capté la cara y luego el cuchillo que tenía en la mano.

Saqué unas monedas que tenía, la Dani hizo lo mismo. No teníamos más, pero al parecer no era suficiente. Se acercó a mi e iba a revisarme los bolsillos pero entonces vi el pie de la Dani saliendo se la nada y yéndose a estrellar contra su cabeza.

Nos miramos una microdésima de segundo. Luego la tomé de la mano y salimos corriendo. 

Nunca habíamos corrido tanto en toda la vida y por cada metro que avanzábamos maldecía cada cigarro alguna vez fumado. Los pulmones me ardían del esfuerzo, pero estábamos demasiado preocupadas como para parar. Doblamos por unas esquinas, por otras y al final de lo que pareció una eternidad llegamos a su casa. 

-Abre luego-le dije.
Entonces metió su mano al bolsillo. Puso una cara extraña.

-Se te cayó la cajetilla-dije, alarmada. Alarmada y tonta.
-Si-respondió-. Pero...

Sacó la mano llena de sangre.
La miré con los ojos muy abiertos. Justo después se cayó al suelo.


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