Era mi madre. Mi madre diciéndome que tomara otra vida, que lo hiciera. Me tendía la mano, el beneplácito y la duda. Me decía que fuera esas mil personas que estaba destinada a ser, que mis mentiras que nunca conoció se convirtieran en gente, en mis gestos, mi grandeza, que mi cuerpo fuese arte y que, más que nada y que todo, escogiera de manera rotunda y terrible mi felicidad.
Pero ya era tarde.
Pero ya era tarde.
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