A veces podía soportarlo. Y sonreír, ser feliz, caminar.
Pero otras veces, sobretodo en la cama mientras él la miraba de esa forma tan íntima y en los besos especialmente largos, sentía esa pena tan extraña e irritable que por un momento la vida se le caía alrededor. Y pensaba en él y en la alegría.
Y le tomaba las manos, imaginando que las que la sostenían eran un poco más grandes.
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