dicotomía

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Paz Guerra nunca está tranquila y se pasea siempre de aquí para allá. A veces se arrastra, gatea, se queda tirada en el piso con la mejilla pegada a la alfombra sucia que jamás aspira porque odia el sonido de la aspiradora.


Paz Guerra se siente desafortunada, en medio de algo, a la mitad de dos cosas. Y piensa que simplemente algo anda mal en su vida que siempre funciona bien. Lo huele todos los días, porque su pieza huele a que algo ocurre. Su baño también. Cuando sale al balcón el olor la persigue, incluso a veces mira hacia abajo, pensando en si el olor la seguiría tan lejos. Pero no se atreve. nunca se atreve.


Paz Guerra hoy se sentó en la plaza a tirarle migas a las palomas porque cree que no tener que hacer nada más que tirarle migas a las palomas, debe ser una bendición. Como las canciones con guitarras. Paz Guerra está intentando aprender a tocarla, porque al igual que las margaritas, cree que es un instrumento muy amable.


Paz siempre se viste de blanco, pero sus abrigos son negros. Paz tiene música suave en su vida, pero a veces escucha heavy-metal. Paz ama lo amargo, pero hay días en que sólo come dulces. Paz no encuentra descanso, porque está marcada. Paz quisiera sólo descansar en algo. Pero siempre está de pie. Paz suele pensar que está condenada por su nombre, igual que Romeo. Por eso siempre llora con su historia y por eso piensa que Romeo debería haber querido más a Rosalie, porque Romeo era bueno, y no se merecía tantas calamidades.


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1, 2, 3 madurez.

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solidaridad e irresponsabilidad ha menudo se confunden y yuxtaponen.









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Y Arriba Quemando el Sol

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Su papá era minero, le había costado sacrificio y muchísimos años llegar a donde estaba, en una casa agradable con sillones bonitos donde sentarse. Él creía que la gente debía esforzarse hasta la muerte por conseguir lo que quería. Cuestiones de crianza. Eso era todo lo que sabía y podía decir de él.

Nunca se habían llevado particularmente bien. Era hosco, parco, hostil y malhablado cuando se dignaba a abrir la boca. La mayoría del tiempo no decía ni una palabra y con el tiempo se había acostumbrado, aunque de vez en cuando no podía evitar sentirse triste al mirarlo y le venían ganas de llorar que sólo se le pasaban comiendo bombones de chocolate.

Esa navidad él llegó temprano. No le había alcanzado a comprar un regalo y no sabía que iba a hacer. Sus hermanos ya tenían todo listo, su mamá también. El problema era que desde hace un tiempo se le había ido juntando cierto rencor hacia él. No le gustaba sentirse así, pero no podía hacer algo contra ello, era como si fuese un órgano parte de ella y hubiese ido creciendo a la par. Uno nunca nota los órganos que le crecen hasta que son demasiado grandes y producen enfermedades.

Intentando reducir un poco el rencor, había decidido simplemente hacer notar la falta de regalo. Quizá eso le hiciera bien a ella.

Cuando llegó la hora de repartir regalos todos recibieron algo, menos su papá de parte suyo. Nadie dijo nada, menos aún él. Pero cuando no quedó nada bajo el árbol sintió como la quedaba mirando, para luego pararse e irse al baño.



Nos quedamos todos muy quietos cuando lo escuchamos llorar a través de la pared.


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Mañanas cualquiera.

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Era su primera marcha.

Se levantó temprano, para llegar a la hora. Eran 55 minutos de viaje hasta Plaza Italia y allí tenía que encontrarse con sus compañeros. Se iban a juntar al frente del Telepizza.

Se vistió con unos jeans y se puso zapatillas, para andar más cómoda. Sacó una polera cualquiera y puso lo esencial en su banano: el pase, el carnet, las llaves de la casa, el mp4. Pensó en ir a la cocina a sacar un limón, pero no lo creyó necesario.

Estaba a punto de irse y escuchó a sus hermanos levantarse. Tenían que ir al colegio y eran muy chicos como para participar de alguna cosa. Cuando iba a cerrar la puerta decidió ser precavida y llevar un limón por si acaso.

Fue hacia la cocina y abrió la puerta.

Sintió un escalofrío.

Su mamá la miraba fijamente, colgada desde una viga, justo arriba de la canasta de los limones.


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2006




Cinco años atrás escribía la palabra "bobadas".




I liked it.

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Nos tomamos un vino.
A mi no me gusta mucho, pero me lo tomé igual porque uno no rechaza algo así. Mientras tomaba, bien despacito pa' que pasara más rápido, encendí unos cuantos cigarros. Unos Philip Morris.
No sé qué cosa era peor.

Pero bueno, la cosa es que nos tomamos el vino, el navegado, que al menos era dulcecito. Tenía un gusto a naranja casi rico, casi. Como tomaba tan despacito, no fue hasta que me agaché para buscar la cartera que me di cuenta que todo me daba vueltas. Me incorporé, miré alrededor y parpadeé desorientada. Te miré, me acuerdo.

-Estoy terrible curá.

Y nos reímos, mucho.

Después me sacaste el cigarro de la boca. No pensé que hubiese nada extraño en eso, pero entonces me diste un beso. Te miré pero no pude enfocarte, así que me paré a penas y me fui sin decir nada.


No volvimos a hablar del tema.
Y después ya no seguimos siendo amigas.


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escenas I

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Magdalena cruzó la calle casi corriendo. La luz verde estaba parpadeando y odiaba ser de esas personas que cruza cuando sabe que no debe, pero estaba atrasada.

Hacia ella se acercaba otra persona igual de apurada y tuvo que esquivarla. Se imaginó chocando contra el hombre mientras los papeles que llevaba en la mano, todos apilados, volaban de ella y se desparramaban por la calle. Alcanzó la vereda pensando en lo demasiado que escenificaba su vida, pero cuando llegó a la otra esquina ya se le había olvidado.

Otro verde parpadeante.

Empezó a correr, tacos y todo, hacia la calle. Alguien de pronto tocó una bocina, miró a la derecha y vio la cara del conductor reflejada en la suya: la iban a atropellar.

Sintió el golpe en sus piernas y en el costado. Chocó contra algo duro, rodó sobre algo y de repente, el suelo.

Abrió un poco los ojos y acercó su mano a su cara, había sangre. Además, algo le dolía en lugares indefinidos... quizá la pierna o el pecho o la cadera...

Bajó la mano y miró hacia arriba.
Un montón de papeles blancos caían alrededor suyo.


Escuchó una ambulancia.
No pudo evitar sonreír.


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la escena.

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Sentí como latía mi corazón. Nunca había latido de esa manera, tan urgente.

Entré a la sala. La luz era fuertemente blanca y me cegó un segundo. Alguien me tendió una de esas mantas azules y me sequé las manos. Luego los guantes, luego la mascarilla, luego algo más... un montón de cosas encima.

Me acerqué intentando dar impresión de seguridad. Creo que no logré engañar a nadie, en todo caso. Habían caras escépticas y otras que me miraban alentándome; me sentí como en un show de talentos por un momento. Era todo o nada, después de todo.

La gente dice que cuando uno muere pasa la vida ante tus ojos, pero se equivoca. Jamás me había sentido más viva. Por un momento tuve ganas de llorar pero entonces fue como si todo calzara en su lugar. Habían pasado once años y tres meses para llegar allí.

Levanté mi mano derecha, hacia el lado.

-Bisturí.


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rituales

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Me encontré con la Daniela el otro día.
Ella me vió primero y como es de esa gente que saluda, me saludó.
Le pregunté como estaba, me dijo que bien.
Yo le dije que estaba bien también.
Ella tenía los ojos llorosos,
yo las muñecas vendadas.

Nos alejamos unos pasos y le dije que nos viéramos pronto.
Me dijo por supuesto.
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Arriba Quemando el Sol.

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[Hay veces en que me duelen los días].

Boto humo muy lento, pero el viento corre fuerte en el piso 14 y no alcanzo a verlo. Me afirmo fuerte de la baranda y cierro los ojos: ya no quiero ver tantas luces prendidas.

Me duelen los pulmones. No sé como pueden dolerme los pulmones, pero lo hacen.
Me duele el hígado.
Me duele lo imposible.

Me duele todo.

Intento pensar en algo lindo, algo alegre que hayamos vivido juntas, pero creo que sólo recuerdo haberte visto mal. Y los abrazos.

No me siento culpable. Todos nos sentimos solos muchas más veces de lo que debiese ser. Todos tenemos un desierto en algún lugar.

No, no me siento culpable.
Pero creo que por primera vez me siento verdaderamente sola.


Gone with the Wind

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Una vez me dijiste que una flor sería buena.
Y nombraste una, pero no puedo acordarme.

Te extraño y creo que después te voy a extrañar más. Pero me empujas.
Hace tiempo.

Y no voy a insistir más.

rebellion, lies.

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A veces me siento demasiado como en 5to básico.
Necesitamos demasiado cariño.
Demasiada atención.

Pero ya no somos niños.


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5 segundos.

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Domingo.
Eso debiese decirlo todo.

Hace un par de años ya que noviembre suele ser el mes salvatorio del año, pero tengo el presentimiento de que ahora no será lo mismo. Es como si lo tuviera escrito en todos mis músculos, siento ganas imperativas de correr.

Sólo correr.


En vez de eso busco algún chocolate en los cajones de mi mamá, de mi hermana, de mi papá. Encuentro una caja y encuentro pastillas. Muchas.

Creo que ni siquiera alcancé a pensarlo un minuto.


Desperté en la ambulancia.


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Camilo.

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a veces intento decirte algo más.
pero parecieras ser el único con el que decir no basta.
te digo te amo y después lo repito.

Pero la verdad es mucho más vasta.




Miedo.

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-Quizá después de todo no seamos irrompibles-le digo, mirándolo a los ojos.

-Siempre que dices ese tipo de cosas es como si estuvieses esperando que terminemos en cualquier momento-agregas, enojado-. Odio pensar en que quizá lo dices porque es lo que quieres que ocurra.

Hago una mueca con los labios y asiento.
Me miras dolido.

-Tengo miedo-le digo-. Lo siento, no puedo evitarlo... pero es que a veces preferiría que las cosas acabaran ahora mismo. Siento que si seguimos juntos nos arriesgamos demasiado. Y estoy dispuesta a hacerlo, eso es lo que más me asusta... Porque yo sé lo que puedo apostar, pero necesito que tú estés a mi lado, no más atrás.

-No te puedo asegurar que te voy a querer para siempre-, me respondes.

-No te estaba pidiendo eso-musito-. Sólo quería que lo intentaras.

De nuevo estamos en punto muerto. Me miro las uñas, intentando ordenar las palabras en mi cabeza. Te miro de reojo y haces lo mismo.

-No puedo hacer eso-dices de repente. Te levantas y te acercas un poco a mi-. No puedo asegurarte nada, ni siquiera intentarlo. Te amo, hoy te amo, pero...

Te miro cansada. Cierro los ojos un momento.
-... Después de todo, no éramos irrompibles-repito.
-No.

Los pulmones se me desvanecen y me quedo sin aire.
Intento ponerme de pie pero no puedo mover las piernas.

Tomas tu mochila, abres la boca como si quisieras agregar algo, pero no lo haces. Bajas la cabeza y dices chao moviendo sólo los labios, sin hacer ni un sonido.


Te escucho bajar por la escalera.
Te escucho cerrar la puerta muy despacio, casi con gentileza.
Oigo el motor.



Y entonces,
silencio.




futuros alternativos.

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Se despertó a las siete, se levantó a las siete veinte, llegó al baño a las siete cuarenta y logró salir de la ducha a las ocho.
Bajó las escaleras. Escribió en un papel "Paga la U" y lo dejó en el velador de su mamá, que aún dormía. Intentó no hacer ruido al cerrarle la puerta.

Agarró una manzana, ni se molestó en lavarla antes de salir. Cerró la puerta de su casa y se puso los audífonos. 20 minutos caminando, el tren, la gente invadiendo todos sus espacios personales. Los malditos estúpidos del metro o del gobierno que lo permitían.
Por un momento sintió ganas de llorar.
Pero se aguantó.

Casi se durmió en un momento, pero no lo logró porque se le doblaron las rodillas. Intentó concentrarse en la música, pero no fue suficiente. Después de una hora y media, llegó a Estación Central.

Antes de bajarse, miró las caras de la gente acercándose a las puertas. Casi le dolió la guata al hacerlo. O el corazón. O algo entremedio.

Subió por la escalera mecánica y se detuvo ante el frontis mordiéndose la lengua.

Nueve meses. Ni un cartel. La misma gente que había visto peleando ahora caminaban todos con las cabezas caídas. La misma gente quizá no, la mitad de ellos.

Nos habían quitado todo. La esperanza, las becas, el año, la democracia e incluso a algunos de nosotros.

De repente alguien gritó, cerca mío.
Un grito de esos que no se te olvidan nunca.
Una mujer que gritaba no, que no. Que no cruzaría las puertas, que no le importaba, que podía perder un segundo año o un tercero. O la vida.
Hubo otro grito y después otro. Y luego otros más.


Después oí los disparos.
Creo que los mataron a todos.




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Women have needs.

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Saco hojas de cuaderno y hojas de oficio. Las tomo, pero entonces me vuelvo inútil y las miro lápiz en mano. El pobre lápiz está deshecho de tanto desuso... y mordido, chupeteado, golpeado, caído.

Llegan puntos y comas y suspensivos, todos inconexos. Los miro triste. No, no sé que hacer. No, no quiero definir estupideces.

No, no tengo pena.
Es sólo que quiero escribir.
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r.

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Resigno,reasigno,renuncio,reencuentro,revivo.
Reescribo.



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Bien Derecha.

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Se sacó los zapatos al llegar a su pieza, los dejó justo al lado del clóset y luego se quitó los calcetines.
No le molestó el olor, tenía incluso algo que casi le gustaba.

La ventana estaba abierta, la cortina también.

Ni siquiera pensó en moverse.
Sólo se quedó allí.
De pie.






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escapando de voldemort

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Cuando logré escapar, volé hacia arriba de las copas de los árboles.
Floté junto a las aves gigantes de colores.

No recuerdo el viento.

Lo que si recuerdo es la ausencia de miedo.



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Hermanas.

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Se fueron ayer. Un viaje de esos de dos, tres, cuatro días. Mi hermano se ha ido a quedar donde algún amigo. Lo de siempre.

Yo y ella nos quedamos en la casa.

La tarde pasa muy tranquila y muy normal. Yo me quedo en el piso de arriba, con un computador, viendo alguna estupidez en Internet mientras evito a toda costa hacer cualquier cosa productiva. Soy una vaga la mayoría del tiempo, lo bueno es que la gente tiene esta extraña sensación de lo contrario.

Ella se queda abajo.

La casa entera pasa en silencio todo el día. Ni yo ni ella lo notamos, porque los audífonos conectados a cada computador suenan fuerte, tocando la misma música. Las mismas canciones. Incluso cantamos al unísono, pero ninguna se da cuenta.

Son las siete.

Bajo a la cocina y nos encontramos. Nos servimos leche y cereales. Nos sentamos en la mesa y comimos en silencio. Antes solíamos conversar. En los últimos tiempos, por último nos fumábamos un pucho compartido.

Ella termina primero. Se levanta, deja todo en el lavaplatos y se va. Me da un poco de pena, pero después me enojo: de nuevo no lavó su loza.

Termino mi leche, termino mi cereal, me levanto y tampoco lavo mi loza. Salgo de la cocina, subo las escaleras. Desde arriba la escucho cantar nuestra canción favorita y de repente la echo mucho de menos.


Las casas de la clase media a veces si pueden ser demasiado grandes.


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Las cosas a veces no funcionan no mas.
Se pudren.


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pena.

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Nunca hay muchas puertas cuando está por llover.


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vitacura con marquina II

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Estábamos sentados a dos puestos de distancia. Tenía ese pelo revuelto que siempre me ha llamado la atención, así que me quedé mirándolo. De reojo, por supuesto.
Pero él también lo hacía.

En vez de apartar los ojos y hacernos los locos, como hace toda la gente normal, nos quedamos mirando. Quizá era el lugar.

Sonreímos al mismo tiempo.

-Camila- le dije-. Daddy issues. Y tú?
-Marcos-dijo-. Cáncer terminal.

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vitacura con marquina.

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Me mira desde su silla roja, a un metro o dos metros de la mía.
Me pasa un papel de estos que vienen de a muchísimos, en una de esas cajas con un hoyito en el medio. Me sueno y me limpio un poco la cara. Nos quedamos en silencio por un rato, después me hace respirar con el estómago un par de veces. Me mira preocupada de que me vaya así.

Cuando me estoy yendo, me abraza.
-Te tengo fe-me dice.

No le respondo, sólo sonrío.
Yo también me tengo fe a veces.



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Momentos antes de los 5 minutos.

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Había tenido uno de esos días malditos.
Estaba en la cocina, intentando hacer una sopa de tomate. La cebolla se estaba friendo, había lavado la albahaca y llevaba pelados tres tomates cuando se dio cuenta de que no habían más.
Se quedó de pie con el cuchillo en la mano sin poder reaccionar.

Llevaba cinco minutos así cuando sintió ruido. No se dio vuelta para mirar la puerta, sabía que había llegado Manuel.

Lo sintió detenerse. Seguramente se asustó al verla quieta, de espaldas a él. Escuchó como caminaba. Después lo vio frente a ella.

Sonreía y traía dos bolsas de papel con él.

-Sushi-dijo.

Él desocupó las bolsas, puso la mesa. Incluso puso una vela y apagó las luces. Fue a la radio. Cogió el cd que le había hecho hacía siglos, de cuando aún recién pololeaban.

Sonó Delicate.

Fue a buscarla a la cocina, dejó el cuchillo sobre la mesa, la tomó de una mano y la arrastró al comedor. En vez de ofrecerle una silla le ofreció su otra mano. La tomó.

-Sabes que no entiendo muy bien el inglés-le dijo al oído, muy bajito-. Pero me gusta esta canción.

Lo abrazó muy fuerte.
Hacía meses que no bailaban.



Exigencias.

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Corro,
juro que corro.




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Prohibido.

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Lo primero que ocurre es que los ojos se fijan. La boca comienza a salivar.
Las manos se inquietan, así que las guardo bajo el mantel.
Desde la cabecera de mesa, mi mamá me mira. Fijamente.
Intento despegarme, hacer como que no importa.
Y alguien abre el objeto.
Empiezan a preguntar.
Todos responden con un yo. Hasta que llegan a mi lugar.
Y todos me miran, de pies a cabeza. Y dicen "no", con los ojos.
Pero es más fuerte y no puedo resistirlo.
Me dan ganas de llorar.
Y digo "si, pero poquito".
Y cuando me lo entregan y levanto la cuchara, es como si algo en mi explotara de felicidad.


Pensemos después en las consecuencias.


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My own cheating heart (that makes me cry)

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La fiesta se alargó demasiado.
Y en la cocina sólo quedaba ella, lavando la loza, como siempre.
Mauricio la miró desde el asiento, en una esquina, pero ella no levantó la vista de la esponja y el plato. No quería mirarlo. Tenía miedo.
Más miedo que en cualquier otro momento de esos últimos años.

-Deberías dejar de lavar la loza así en algún momento. Es extraño.

No respondió.
Fabián en la cama, en la pieza cruzando el pasillo. Ebrio.
Ella de pie.
Mauricio poniéndose de pie, yendo hacia ella.
Mauricio tomando el plato, dejándolo limpiándose solo con el correr del agua.
Mauricio tomándola por ambos brazos, acercándose a ella, pero con rabia.
O quizá pena.

-Tonta-susurró.
Lo miró. Y no dijo nada.
-Tonta-insistió.

-Lo sé-murmuró ella.


Se dio vuelta, tomó el plato.
Y terminó de lavar la loza.


.

begging

.


Cerró la puerta.
Los días seguían pasando así y tenía la convicción de que este estaba siendo su último, lento y más eficaz modo de sabotearse: La gente no quiere a las personas tristes.
Botó aire.
Cerró los ojos un par de segundos.

Caminó apenas hasta el sillón. Cansada.
Agotada.
Pensó en que su abrigo rojo debía hacer un buen contraste con el blanco pulcro de su sofá.
Ni siquiera lo había pensado y ya se había sentido profundamente patética.
Se dobló, encogiendo las piernas, en un intento vano de sostenerse, pero la angustia era más fuerte. Se mordió la lengua para no llorar.

Había silencio.
Más de lo común.
Acertó a tomar el teléfono.
Marcó a tientas.

-Aló?
-Ven, por favor.
-... Qué?
-Ven... por favor.



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Catalina.




La vida se me muere.
hoy.

masa


A veces el amor es tanto,

pesa tanto,

que

se

c
a
e

cinco minutos.

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Miro la hora y ya es una hora y veintisiete minutos tarde.

Abro el locker intentando hacerlo deprisa y las llaves se me traban en las manos. Se me caen. Maldigo, las recojo, no entran, no era el llavero correcto, busco de nuevo en mi bolsillo. Ahí están. Ya es demasiado tarde, pero ahí están.

Echo o tiro las cosas en el cubículo. El fonendo, el delantal, los otros artefactitos extraños que a veces ni siquiera yo sé para que se supone que sirven. El olor a vomito del niño de la 506 no se va. Ducha o mal olor?
Mal olor esta vez.

Y salgo corriendo, por fin, abrochándome la chaqueta mientras intento caminar rápido, mandar un mensaje de texto de disculpa y amarrarme el pelo a la vez. No soy buena en la multifuncionalidad, nunca lo he sido, pero insisto.

Suena el beeper.
Mierda.
Lo miro, el caballero de la 401. El del transplante de corazón.
Dejo de mandar el mensaje, la chaqueta se queda abierta, el pelo suelto y ya no camino.
Inspiro y espiro cinco veces. Patético o no, desde que vi Lost siempre cuento hasta cinco en momentos como este.

Corro de vuelta, me pongo el delantal , saco el fonendo, etcétera.
El celular suena de nuevo, es Manuel.
No contesto.
Subo corriendo a la sala de cirugía. Me lavo las manos, Martina me viste, me sonríe encogiéndose de hombros. Le devuelvo la sonrisa, cansada. Había estado hablando sobre mi cena de aniversario durante toda la semana y todavía estaba allí.

Las puertas se abren, el silencio. Me acerco al cuerpo del que sacaremos el corazón. Hay alguien, una de las enfermeras, intentando contactar seguramente a la familia de ese pobre hombre. La veo marcar los ocho números.

De pronto escucho el sonido del celular desde la pieza contigua.
Veo a Martina tomarlo y contestarlo.
Y luego la veo mirando a la enfermera que está justo con el otro celular, al frente de ella.

Y entonces,
ruido.



-Manuel.







Te amo.



De repente no pudo contenerlo.
Le explotó allí mismo,
en la boca.
Y en la lengua.

Madre.



El humo que botó de la boca empañó el vidrio un segundo.
Eran las 12 de la noche con cuarenta y siete minutos, según el reloj de la cocina.
Martina lloraba sin parar en la pieza contigua.
Martina tenía ocho meses y no paraba de llorar en la pieza contigua.


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tardes cualquiera.


Almorzaron a las dos.
No hacía mucho frío, pero el aire estaba un poco helado. Se pusieron los chalecos que se habían regalado el uno al otro para el último aniversario y él se puso sus pantunflas nuevas de cuero. Ella cogió un encendedor y un cenicero de la mesita de centro.
Se sentaron en la terraza, mirando hacia la calle.
Ella prendió uno de los lucky strike.
Los azules.

El murmuró algo por lo bajo. No lo escuchó, pero seguramente tenía que ver con que odiaba verla fumar o ese olor a humo que quedaba en sus manos luego de sostener los cigarrillos.

Ella sonrió y botó muy lento el humo.
-Hey, antes fumabas.
-Pero lo dejé.
-La gente que deja de fumar no puede ser de confianza.
-Te prometo que soy de confianza.
-Te prometo que después de fumar me lavaré los dientes y las manos.

Él le sonrió.

Se quedaron un buen rato en silencio. Se escuchaban los autos, las micros, el viento, un perro que ladraba, una canción de algún grupo extraño desde el piso de abajo, los gritos de una señora y la lavadora funcionando desde la cocina.
Él la miró largo rato, sin poder evitarlo.
Y entonces no pudo contenerse.

-Te prometo que quiero casarme contigo-le dijo, poniéndose serio.

A ella se le cayó el cigarro.
Lo miró sorprendida. Lo recogió rápidamente y fumó lo que quedaba que era apenas una última bocanada. Pensó en su mamá de repente, separada dos veces. Pensó en Angélica, su mejor amiga, antimatrimonio total. Pensó en su papá. No sabía qué le hubiese dicho su papá, se había muerto hace mucho tiempo.

Pero de repente pensó en esa misma terraza, en cuarenta años más, pensó en él con el cabello blanco o sin siquiera pelo. Pensó en ella y sus arrugas. Y se vio fumando, botando el humo muy despacio mientras escuchaban juntos los autos, las micros, el viento, un perro que ladraba, una canción de algún grupo extraño desde el piso de abajo, los gritos de una señora y la lavadora funcionando desde la cocina.
Lo miró a los ojos.

-Te prometo que acepto-le dijo.




... y dalí.



La mayoría del tiempo no escuchamos sonar los relojes.
Pero a veces repiquetean , y fuerte.

Los tres Monstruos



Habían tres monstruos en su pieza.
Uno vivía entre medio de las paredes, uno a los pies de su cama y el otro en una esquina de su pieza, junto a la puerta. Solían atormentarla por las noches, pero luego de unos meses comenzaron a utilizar simplemente los silencios, incluso a plena luz del día.

En poco tiempo comenzó a tener pesadillas que aumentaron sin poder hacer algo por detenerlas. No se acostaba sin audífonos y música y jamás, pero jamás abría los ojos al apagar la luz de su pieza. Durante el día comenzó a evitar la habitación, pero cuando quiso ocupar la salita de estar, el living y el comedor, fueron invitando a más monstruos a vivir a la casa. A los nueve meses llegó uno que se le colgaba en la espalda cuando subía las escaleras y luego, uno que la sobresaltaba al mirar en los reflejos de las ventanas y otro que se escondía tras las cortinas de las duchas. Había uno, el peor, que comenzó a seguirla día y noche, sin descanso y después de un tiempo en eso se encontraba ya tan cansada y tan nerviosa que le costaba hacer cualquier cosa.

Los monstruos no la dejaban tranquila.

Un día, intentando descansar, salió de su casa y sin querer el monstruo que la seguía salió a la calle con ella. Los pies se le comenzaron a enredar entonces y caminar comenzó a hacerse muy difícil. Miraba hacia todos lados, pensando que alguien la observaba y al llegar a la esquina para cruzar la calle sintió tanto pánico que tuvo que volver a su casa. Regresó llorando, sabiendo lo que ocurriría a continuación. Lo había estado presintiendo hace mucho tiempo.

Cuando logró tomar la decisión de abrir la puerta el sol ya se había puesto. Puso la llave en la cerradura y la giro, abriendo apenas un poquito la puerta. Juntó todo el valor que pudo y dio un paso adentro, cerrando la puerta tras de si.
No abrió los ojos hasta llegar a tientas a su pieza.
Desde que apareciera el primer monstruo, ya hace dos años, justo al frente de su cama, había temido ese momento. Había logrado convivir con ellos demasiado y el miedo la había ido quebrando de a poco hasta hacerlo todo inconcebible. Había sido cosa de tiempo y de cobardía, porque sabía que si lo hubiese hecho desde un principio quizá hubiese encontrado alguna salida. Ahora era muy tarde. Tenía la completa certeza de que cuando abriese los ojos y los viera, se volvería loca. Simplemente eso.
Loca.

Respiró muy hondo, haciendo caso omiso a las ganas incontenibles de llorar que tenía. Se paró justo en medio de la habitación, intentando en vano ahuyentarlos, sintiendo un escalofrío cuando el monstruo de la puerta, el más aterrador, apoyó una de sus manos justo en medio de su espalda. No fue el único que se acercó. A los demás, de repente, los sintió justo a su lado, todos altos y terribles. Eran cientos, eran miles o millones.

Quiso gritar.
Salir corriendo.
Intentó incluso rezar.
Pero no lo logró.

Lo único que pudo hacer fue abrir los ojos.


2014



Éramos 17 millones de persona arriba de la 413 camino a plaza Italia, caminando por la alameda, cantando a gritos el himno nacional. Algunos iban saltando, algunos llorando, otros riendo y muchos haciendo ambas cosas a la vez, pero todos con la misma felicidad derretida por todo el pecho.
Por primera y por única vez, creo, fuimos iguales en algo. Iguales en felicidad, en orgullo extraño, de ese que siempre nos es tan ajeno pero que es tan cálido.

Recuerdo que estuvimos allí hasta la madrugada.
Recuerdo que salimos terceros, pero igual sabía a campeón del mundo.



...



Dios.
Dónde estás.




De nuevo.




-El tiempo no debiese ganar siempre-suplicó él.

Hubo una pausa, cargada.
Y ella sonrió.
No pudo evitarlo, sonrió. Fue una sonrisa pequeñita, muy ínfima, pero presente.

-No-musitó-. El tiempo no debiese ganar siempre.



tiempo.



Confundimos tus amigos con mis amigos, tus canciones con mis canciones, tus lugares con mis lugares, tus películas con mis películas. Confundí tus manos con las mías e incluso partes más complejas. Fueron 18 meses.
18 meses y 3 días.

Temores.



Tiene miedo en la garganta, miedo en las manos, miedo en los pulmones, en el ventrículo izquierdo que siempre se confunde con el derecho.

Acaba de descubrir que el miedo sólo se acumula.
Que el miedo simplemente no se va.

Silencio.





Las palabras a veces dan inquina.




finales.




y si entonces,
por milagro,
el mundo dejara de girar,

lo único que
haría
sería
salir corriendo.